¡Son delincuentes! ¡Nos roban el trabajo! A veces no dudamos en criminalizar a los migrantes con una ligereza asombrosa pero, paradójicamente, la verdad es que aportan importantes beneficios al conjunto de la sociedad. Es una realidad incuestionable aseverada por estudios diversos e instituciones nacionales e internacionales que los migrantes contribuyeron a la mitad del fuerte crecimiento que se produjo en España entre 2000 y 2005.

No obstante, el marco legal español no favorece la inserción de los migrantes; al contrario, lo dificulta. Nuestra Ley de Extranjería lleva a iniciar un ciclo represor que discrimina a las personas entre ciudadanos y no ciudadanos, según sean documentados o no. Se articulan toda una serie de procesos que dificultan u obstaculizan a las personas migrantes para poder disfrutar de los servicios esenciales y acceder a derechos fundamentales, ya sean un puesto de trabajo, la sanidad, la educación y la protección social.

Las personas que se hallan en situación administrativa no regular están expuestas a situaciones permanentes de angustia al poder ser interceptadas en cualquier momento por la policía y ser confinadas en un CIE (Centro de Internamiento de Extranjeros) o ser expatriadas a su país de procedencia.

Entre 1948 y 1950 Venezuela fue el destino más común para 12.000 canarios sin papeles. Partieron en barcos de pesca. Allí, cuando llegaban en aquella época, además de ser enviados a islas-cárceles, también eran retenidos en hoteles o barracones para migrantes, donde permanecían al menos cuarenta días antes de ser usados como mano de obra barata en trabajos fundamentalmente agrícolas. La vida en Canarias no era fácil en aquellos años. Las condiciones económicas eran malas, la pobreza golpeaba duro y en la isla de El Hierro no había ni escuelas ni luz eléctrica. Solo entre 1948 y 1950 salieron unos 65 barcos de Canarias rumbo a Latinoamérica. El 10,2% de esa emigración canaria clandestina eran herreños. (Olga Rodríguez. Diario.es. Febrero de 2021)

El paralelismo es evidente. Oleadas de seres humanos huyen de su país por razones de índole económica o política en busca de mejores condiciones de vida para ellos y para los suyos, sabiendo que los sacrificios serán muchos y el riesgo de perecer grande, pero como me dijo un joven inmigrante negro “solo nos arriesgamos cuando estamos seguros de que el terror de ese viaje y vivir en un país extraño será mejor que quedarnos”.

A pesar de la analogía de los dos fenómenos mencionados hay que destacar que la condiciones de Venezuela como país receptor eran diferentes a las de la España actual. Venezuela era un país en aquellos años donde casi todo estaba por hacer. Un país grande y de escasa población, con unos recursos naturales importantes esperando a ser explotados. Su necesidad de absorber inmigrantes jóvenes era determinante.

En cuanto a la aceptación por la población local de estas oleadas de necesitados también es diferente. En el caso de Venezuela la tolerancia fue total más allá de las conocidas anécdotas de llamarnos a todos los españoles “gallegos” si bien, respecto a los canarios, su comportamiento fue ejemplar y hasta de simpatía, según se dice. Con nosotros no existía la diferencia racial. No ocurre igual en relación a los inmigrantes subsaharianos en España, los negros. Sabemos que las actitudes xenófobas y raciales existen, a veces son tan sutiles que cuesta reconocerlas en nosotros mismos… y ellos las perciben. Las sufren.

El hostigamiento racial puede incluir calumnias raciales, chistes o comentarios, dibujos, caricaturas, símbolos o gestos ofensivos con respecto a la raza y otras conductas físicas o verbales basadas en la raza de un individuo.

Los herreños no estamos exentos de estos tics y pronunciamientos xenófobos, tan tenues a veces que no nos damos cuenta. Afortunadamente somos en mayoría gente solidaria y comprensiva..., pero cuando nos encontramos con alguien que no duda en manifestar su antipatía racial a un negro y nos valemos del tópico, no siempre convincente, de que "tus abuelos también emigraron sin papeles, fueron bien acogidos y pudieron sacar a su familia adelante", encontramos como respuesta desesperada la no menos tópica "Es que ellos Iban a trabajar, eran gente de bien".

Alfredo González Hernández.

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